Un mundo hiperconectado

¿Puede el big data ayudar a superar los grandes retos planetarios que se ciernen sobre la humanidad?

Durante el siglo XX, la agenda humana se enfrascó en una discusión teórico-práctica acerca del modo de organizar las sociedades humanas, una discusión que dio lugar a modelos contrapuestos, compartimentación ideológica y violencia extrema en forma de guerras y guerrillas de todo tipo.

Mientras discutíamos, los laboratorios y centros de investigación continuaban trabajando en un proceso de desarrollo científico-tecnológico que venía cogiendo impulso desde pocos cientos de años atrás. Un proceso que, a pesar de su potencia, se consideraba subsidiario a la discusión ideológica. Progresivamente, el ruido de los debates y enfrentamientos se fue atenuando ante el rugir de una máquina desatada que, traspasando fronteras y órdenes sociales, fue capaz de extenderse por todo el planeta, instalándose como una suerte de segunda naturaleza. Fue el inicio de la era Internet. Al final, no fueron los revolucionarios sino la disrupción científico-tecnológica la que hizo la gran revolución y puso patas arriba todos nuestros supuestos y principios.

Llegados a este punto, la pregunta que hoy nos hacemos es si la humanidad es capaz de dirigir este proceso, o si, por el contrario, ha creado un mecanismo autónomo que ni los estados, ni las empresas, ni los ciudadanos son capaces de controlar y dirigir.

Dibujando realidades paralelas

Al crear esta realidad paralela, llamémosla “digital” -aunque este término quedará obsoleto cuando se produzca la fusión de off y on-, nos hemos trasladado parcialmente a vivir en ella, con una identidad bifurcada. En el on tenemos personas perfectas, ciudades felices, innovación abierta y, sobre todo, inagotable fuente de datos e información que no sabemos para qué sirve, ni cómo gestionarla. La antigua cartografía política dibuja un alcance limitado ya que solo refleja el menguante poder del estado sin delimitar los poderes económicos, ni flujos demográficos, ni mucho menos el sistema coronario de las infraestructuras vitales del planeta: la de energía y la de datos.

La gran revolución tecnológica gana protagonismo y se convierte en una narración predominante en los inicios del siglo XXI. Los principales discursos políticos se tambalean, carecen de poder para dar respuesta a los problemas globales y derivan en la ola populista planetaria. La gobernanza queda repartida entre diferentes actores, siendo los gobiernos centrales solo uno de ellos y, además, extralimitados por los “petroleros” del siglo XXI: los imperios del big data.

Foto de Susan Yin vía Unsplash

Foto de Susan Yin vía Unsplash

Políticas de proximidad

Antes de entregarnos por completo a los techies, a delegar las decisiones en los algoritmos, cabría destacar que hay otra gran vertiente de cambios que conforma nuestro Mundo 4.0 y es la de “regresar a”: retomar la escala humana en las ciudades, volver a respetar el ciclo de vida de las materias primas, incorporar el concepto circular en contraposición al progreso lineal infinito. Aquí resurge la gobernanza local, las innovaciones a nivel de ayuntamientos, de empresas, de cooperativas y de ciudadanía que se atreven con las iniciativas bottom-up a promover los proyectos autogestionados. Podríamos dar ejemplos concretos, de Madrid o Barcelona, donde se dan pasos importantes hacia la humanización de los entornos urbanos, como las Supermanzanas peatonalizadas, las redes de transporte sostenible, y donde los vecinos se organizan para crear los servicios comunes para los barrios, cubriendo necesidades tan importantes como vivienda y educación, entro otros.

Acción local para una repercusión a gran escala

Pero, ¿quién tiene actualmente el poder suficiente para dar respuesta a los retos planetarios, como el muy probable colapso ecológico, el reto tecnológico y biotecnológico, la seguridad en su vertiente de ciberseguridad y de seguridad nuclear? Históricamente los humanos contestábamos a las grandes preguntas mediante grandes discursos de naturaleza religiosa, ideológica o científica. Las religiones crearon grandiosas y poderosas instituciones que, sin embargo, carecen de capacidad para resolver los retos globales. Las ideologías políticas derivaron en la creación de estados-nación modernos, que desde el limitado alcance nacionalista tampoco se acercan a la problemática planetaria. Y la comunidad científica, aunque es suyo el discurso de más amplio consenso, permanece dispersa y sin poder de acción.

Por lo tanto, ¿tenemos que descender a la escala más pequeña para ver si en los grupos reducidos se puede encontrar la solución? Sin lugar a dudas, la escala importa y es más fácil definir, cohesionar y llevar a cabo un proyecto local. Las ciudades por lo tanto siempre han sido laboratorios para probar innovaciones sociales, tecnológicas y políticas. A la ciudad, como al cuerpo humano, la podemos cubrir de sensores y vigilar su estado de salud midiendo la contaminación, el nivel de ruido, la temperatura, las precipitaciones, etc. Diagnosticando las ciudades mediante las herramientas smart, podemos aplicar los tratamientos sintomáticos, reduciendo el uso de vehículos, controlando los niveles de contaminación acústica, lumínica, automatizando los sistemas de riego para cuidar los espacios verdes y también introduciendo las herramientas de interacción y participación ciudadana, mediante los cuales cada urbanita está informado y puede ir aportando su granito de arena para mejorar su entorno. Y como las ciudades están en continuo crecimiento, sólo hace falta incorporar a los nuevos habitantes en estos barrios verdes, sanos y smart.

Foto de Mitya Ivanov vía Unsplash

Foto de Mitya Ivanov vía Unsplash

Hacia una comunidad global basada en el big data

Hasta aquí la utopía. Desafortunadamente, las ciudades son escenarios de abismales desigualdades sociales, y los remedios smart, la participación y la autogestión son aún proyectos incipientes y de bajo impacto. En la escala local, se pueden implantar, con relativa agilidad, las estrategias y proyectos de mejora, pero su alcance difícilmente transciende un territorio limitado, más allá de servir como ejemplo a seguir. Las respuestas a los retos globales que afrontamos en el siglo XXI no se pueden encajar en una escala urbana ni nacional. Si ni siquiera Facebook ha sido capaz de crear una comunidad global, ¿quién estará capacitado para hacerlo? La respuesta permanece abierta.

Sin embargo, hay una esperanza: El tsunami tecnológico que nos agita es devastador e incontrolado, pero, increíblemente, le ha asignado un mando a cada persona, un punto de conexión a una red global que antes no existía. Los personajes anónimos y olvidados, aquellos que nunca aparecían en la historia, ahora tienen asignado un punto de acceso, un nuevo “órgano” exterior que hoy llamamos smartphone; un exo-órgano que nos conecta con una hiperrealidad global que no sabe de fronteras ni razas, ni muros. La ciudad del futuro y su movilidad, son atributos de esa hiperrealidad, y nuestro nuevo “órgano” exterior es el sensor de big data que nos aglutina y reúne. Un instrumento de comando e interacción que abre puertas inéditas para lograr la fusión social final del desarrollo de una especie y el nacimiento de una nueva; con nuevas ciudades, nueva movilidad y nuevas formas de humanidad.

Este artículo se ha escrito en relación al ciclo de conferencias que organiza Roca Madrid Gallery con participación de la autora en la sesión sobre El futuro de las ciudades: Revolución de la movilidad, que tendrá lugar el próximo 29 de mayo.

Imagen principal: foto de Adrian Schwarz vía Unsplash

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